EDITORIAL
Negar nuestras raíces cristianas
Los datos de las manifestaciones populares de la Fe desmontan la imagen que difunden determinadas formaciones que desearían un país cuya devoción languidezca
Un vistazo a las calles de las ciudades españolas durante la Semana Santa da medida de la sinrazón en que tropieza la izquierda política cuando niega la vigencia de las raíces cristianas de nuestro país. La celebración de procesiones, oficios y diversos actos alrededor de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor y el fervor con que se vive en todas las capas de la sociedad y de manera creciente entre los más jóvenes evidencian lo caducos que resultan los intentos de atacar constantemente a la Iglesia, ridiculizar la Fe aunque sea en su faceta más popular y pretender crear una brecha entre la sociedad y el hecho religioso cristiano.
Hoy, Domingo de Resurrección de una semana en la que las ciudades se han desbordado con el fervor popular de millones de ciudadanos, hemos de distinguir entre la aconfesionalidad que reconoce que no existe ninguna confesión estatal y el laicismo promovido por una parte del arco político que constantemente desacredita a la Iglesia católica y a sus fieles. A cada poco, enuncian declaraciones que atacan su libertad religiosa. Lo cierto es que este fenómeno no se da con la misma virulencia contra otras confesiones que legítimamente profesan en libertad otros ciudadanos. La condena a islamofobia que a cada poco se denuncia desde la izquierda, y de la que debemos protegernos desde el respeto que merecen todas las religiones, no parece existir para los cristianos contra los que se vierten críticas y ridiculizaciones, y se pone en marcha una deslegitimación que no encuentra sentido desde los principios de la tolerancia que deben regir en una sociedad abierta como la nuestra.
Tampoco se justifica desde la estadística. Las manifestaciones populares de la Fe cristiana viven un momento de esplendor innegable. Personas de toda extracción social participan en los actos de estos días en tal número que desbordan cualquier presuposición de una determinada adscripción política o de otro tipo. Se equivocan los políticos de izquierdas que pretenden significar a los españoles que participan en el fervor cristiano con la pertenencia a algún partido, pues las cifras rebasan cualquier sesgo que se quiera atribuir. Más bien parece que abandonan a muchos de sus votantes que viven la expresión de la Fe con naturalidad y en las urnas se ven obligados a apoyar a partidos políticos que los niegan constantemente. Según el Centro de Investigaciones Sociológicas, dos tercios de los españoles participaron el pasado año en los actos religiosos de la Semana de Pasión, ya sea como penitentes o miembros de cofradías o como espectadores, y aquí se dan todas las sensibilidades que tienen que ver con la creencia, desde las más comprometidas hasta las que empuja la costumbre, prueba de la vigencia de la memoria de un pueblo entero. Si el resto de días las cifras de asistencia a la iglesia o la administración de los sacramentos han decrecido durante los últimos años –descienden los bautizos, pero también la natalidad y aumentan los nacimientos en familias con otras confesiones–, un 8,2% de los españoles acuden a misa habitualmente y más de la mitad de la población se confiesa creyente. Cada año, un millón de personas acude al Rocío y en el país hay inscritas 5.332 cofradías con un millón de hermanos. Para entender la dimensión de este hecho, cabe señalar que equivale a la suma de socios de todos los equipos de La Liga en Primera. Los datos de las manifestaciones populares de la Fe desmontan por sí solos la imagen que se pretende ofrecer de manera interesada por una parte de determinadas formaciones que desearían un país cuya devoción languidezca, una ensoñación que demuestra de nuevo no ser más que un cliché discriminatorio.
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